jueves, 27 de julio de 2017

Franja

Tristán salió del estadio y tenía muy claro donde tenía que ir; mientras esquivaba la "marabunta" deportivista iba camino de la calle Rubine. Justo al pasar por la plaza de Pontevedra le daba vueltas en la cabeza lo pequeña que era su ciudad, ¿cómo es posible que no dejase de cruzarse gente conocida en esta historia?.

Efectivamente sabía donde tenía que ir ya que ese local de la calle Franja era el lugar donde había pasado toda su adolescencia, era el local donde había vivido sus años de facultad y era donde (haciendo algo que ahora sería denominado como indie extremo cuando realmente lo hacía por la falta de wifi) escribía en sus libretas compradas en masa en los "todo a cien" los datos que sacaba de sus investigaciones.

Era un local de techo bajo, de piedra, con poca luz, donde lo mejor era la tremenda carta de cervezas y la pintoresca salida hacia un callejón y las vigas vistas...al menos eso es lo que diría cualquier colaborador activo de "Trip Advisor"; en cambio para Tristán era más que eso. Como antes se dijo, era donde pasó toda su juventud, tenía buenos precios, buen ambiente y los pocos (casi nulos) amigos que tenía solían parar allí y, además y lo más importante: allí estaba Isolda.

Sí, la verdad es que era una desgracia nacer a finales de los 70 y tener padres que iban de alternativos y culturetas por la vida, en este caso hablamos de dos críos que tuvieron que aguantar la creatividad wagneriana de sus padres y desde la más tierna infancia convivieron con dos nombres que más bien recordaban al tiempo del nacimiento de los nacionalismos decimonónicos: Tristán e Isolda. Para más inri, Isolda era morena y Tristán no tenía ni pizca de aspecto irlandés...pero bueno, ya se sabe, cuando los bautismos son creativos podemos presenciar auténticas combinaciones cómicas.

En plena adolescencia Tristán e Isolda empezaron a coincidir en ese local, y el entonces bajo y taciturno Tristán y la alta y dulce Isolda no paraban de estar juntos, esos nombre los predestinaban. Llegó la universidad e Isolda se fue de la ciudad, pero siempre volvían a juntarse en ese local, ese eje, ese punto de referencia y de refugio que daba seguridad a un ahora alto, amante del misterio y del keynesianismo (sí, así es) Tristán y a una encantadora, amante de los animales y loca por la hostelería Isolda. Tanto que ciertas historias los unieron, los unieron tanto que Isolda se hizo con el local y pasó a ser quien lo dirigía, coordinaba, servía y todo lo que hiciese falta; épocas en las que Tristán tenía su maravilloso empleo en El Eco y tonteaba con el misterio en sus ratos libres.

Como ya sabemos, el misterio fue el amante que hizo que Tristán quedara estigmatizado, el que lo sumió en la depresión, en el preguntarse el por qué de su existencia, el por qué de lo que le sucedía continuamente, el por qué de todo. Esta situación fue la que aguantó Isolda, apoyándole a cada minuto, en cada frase, en cada gesto; esa ayuda continua hacía que Tristán sufriera por ella, y esa situación hizo que un día le dijera sin mirar a la cara de Isolda:

"No eres nadie"

Tras lo que Tristán se fue, e Isolda ni tan siquiera pudo reaccionar, ni llorar, ni gritar, ni nada. Simplemente se centró en su local, que pasó a ser el local de referencia cultural de la ciudad; local en el que efectivamente hubo en su día sociedades secretas y local en el que, efectivamente de nuevo, los adolescentes Tristán e Isolda habían encontrado ciertas marcas en una piedra ahora familiares y ciertos pasadizos que tendrían que revisar (ahora que ya no eran precisamente unos adolescentes) urgentemente.

En estos pensamientos estaba Tristán cuando llegó a la entrada del local; acababa de ser pintada la puerta de madera azul cobalto que constituía su entrada y la ventana desde la que se veían las primeras mesas...y las primeras vigas del piso de arriba. Sobre la puerta estaba el cartel, que tenía una tipografía que intentaba imitar runas celtas, y que mostraba en tonalidad muy clara con orgullo su nombre, un nombre que era más que evidente: Wagner.

Tristán abrió la puerta del local y se encontró de frente con la cara de Isolda y con sus grandes ojos oscuros mirándole fijamente sin pizca alguna de enfado, y tan solo pudo decirle a Isolda una frase:

"No soy nadie"