domingo, 8 de enero de 2017

De nuevo las marcas, de nuevo.

Allí estaba, en la parada del bus, en plena avenida (Ronda le llamaban en Coruña). Tristán tenía su teléfono en la mano mientras miraba la aplicación de la empresa municipal de transportes, el puñetero 14 llegaba tarde, otra vez, y no tenía ganas de hacerse caminando toda la Ronda para ir a buscar su coche al taller.

Iba a necesitar el coche ya que, nuevamente, le habían llamado, esta vez de la zona del Eume; habían vuelto a ver las extrañas marcas en una piedras cercanas a Breamo y querían que el "prestigioso" Tristán Grandal Vilaboa fuese a echarles un vistazo, al fin y al cabo, desde que en la TVG le bautizaran como el "Iker Jiménez galego", no dejaban de llegarle llamadas de este estilo; era ese un mote que no le llenaba, Tristán hubiese preferido ser el "Juan Antonio Cebrián galego", pero ya se sabe, la televisión y las modas mandan. Era un mote que además, profesionalmente, le había afectado, él era un periodista económico (o un economista que juntaba letras, que era como él se definía siempre) del prestigioso diario "El eco galaico", donde incluso colaboraba en su radio y en diversos foros de opinión y tertulias, pero su afición por la historia le hacía adentrarse en cosas curiosas, cosas curiosas que hicieron que analizase ciertas marcas en unas piedras encontradas en Punta Langosteira y que le convirtieron en el protagonista de todo un trimestre del "prime time" de la TVG; protagonismo que acabó con una invitación a "reorientar su carrera profesional" en "otros ámbitos diferentes al periódico".

Y en estas estaba Tristán, con su abrigo tres cuartos, su larga barba bien cuidada, recién visitado el peluquero (realmente la moda hipster le había afectado de lleno) y con su bandolera fetiche recuerdo de sus días más felices con sus apuntes desordenados, esperando por el puñetero 14 y jurando en la lengua de Mordor mientras una señora le miraba e reojo desconfiando de lo que "rumiaba" entre dientes el "modernillo" que tenía al lado. Y así, tras 10 minutos de espera Tristán subió al bus, puso su lista de reproducción en su móvil (quizá solo el no caer en la dictadura del logo de la manzanita era la concesión a no ser un hipster típico) e hizo el rápido trayecto que le hacía recorrer la Ronda.

Mientras la recorría pasaba por barrios que le rememoraban a su infancia, cuando iba a casa de amigos a jugar o incluso a las plazas a jugar con esos mismos amigos; que le rememoraban sus años de facultad, cuando recorría a toda prisa la Ronda para subirse a un autobús universitario; y le recordaba otros años más cercanos de visitas felices a la estación de tren de San Cristóbal, tan curiosa ella, y tantas veces amenazada con ser reformada por los distintos gobiernos municipales. En estos pensamientos estaba Tristán cuando el bus llegó al taller, allí vio su querido coche ya preparado para el viaje y se dispuso a cruzar la Ronda para recogerlo.

Nada más entrar por la puerta tuvo que escuchar como un mecánico le decía a un empleado e la adminstración del taller: "mira, o noso Iker", para luego echar una carcajada; la verdad, Iker le caía bien pero estaba empezando a odiar ese nombre vasco de una manera salvaje. Tras unas rápidas palabras con la gente de la entrada le dieron sus llaves y se montó en su recién reparado coche, tocaba volver a la carretera, en media hora vería en Breamo si las marcas eran como las de Punta Langosteira, en media hora buscaría si había en la zona alguna referencia más al viejo saludo de los peregrinos; "ultreia et suseia".




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